En 1995 la revista Harper le encomendó al escritor estadounidense, David Foster Wallace, un artículo en el que representara sus impresiones sobre el caribe a bordo de un crucero de lujo. Tal como el viaje iniciático de un héroe mítico, le dijeron:
“Ve, sumérgete en el estilo caribeño, vuelve y cuenta lo que has visto” (Foster Wallace 8).
Así nació Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer, un lúcido, irónico y humorístico ensayo que retrata las experiencias del autor a bordo de un barco que ofrece proporcionarle TODO.
Sin embargo, lo que debería resultar como una experiencia placentera, grata y energizante, rápidamente se convierte en una agobiante pesadilla para el autor. Tanto así que la describe como
“un extraño deseo de muerte combinado con una sensación apabullante de su propia pequeñez y futilidad (…) es un querer tirarse por la borda” (Foster Wallace 15).
Por lo mismo, no es casualidad que Foster Wallace bautice al barco con el nombre de Nadir, aludiendo al punto más bajo y decadente en el viaje del héroe. El periplo, que con ironía nos retrata el autor, no es un recorrido hacia un edén prometido de playas paradisíacas sino más bien un descenso al infierno del narcisismo y el consumo, donde se retratan todas las falencias de la contemporaneidad y del hombre moderno.
De esta manera, Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer puede ser leído como una sátira de la sobremodernidad y del turismo contemporáneo, obligando a sus lectores a cuestionar la manera en que ‘conocemos’ el mundo y las formas en que el turismo enajena a los individuos. Atrás quedaron los tiempos en que el viajero se embarcaba en aventuras hacia lugares desconocidos, con un recorrido incierto por delante y con obstáculos que debía resolver en el momento mismo de viajar. Hoy en cambio, en la época de la sobremodernidad y de la globalización, ya no existen sorpresas ni experiencias genuinas ¡Todo se sabe de antemano! Ya hemos visto virtualmente los paisajes que visitaremos por Google Earth o a través de imágenes, conocemos los lugares donde nos quedaremos por Airbnb y disminuimos las probabilidades de perdernos con Google Maps. Esta misma experiencia retrata Foster Wallace, quien de antemano conoce los itinerarios que realizará, los espectáculos que presenciará y el menú que le servirán cada noche en el barco y, en caso de que esté con algún tipo de crisis de identidad, el Nadir se encargará de resolverla a cada momento con mapas que indican ‘Usted está aquí’.
En este sentido, la experiencia a bordo del Nadir refleja la facilidad con que la sociedad contemporánea se repliega a los espacios privados y a los no-lugares. Así, utilizando los términos de Marc Augé, el crucero se configura como un no-lugar por excelencia, un espacio de tránsito momentáneo que se extiende mientras dura la experiencia turística y donde la identidad del individuo se diluye al formar parte de una masa anónima que se entrega exclusivamente a la experiencia de consumo y placer que el crucero le ofrece. En la experiencia que nos describe el autor, el contacto y el encuentro con el otro se establece sólo superficialmente. A pesar de encontrarse rodeado de una masa de individuos, es incapaz de establecer vínculos directos con ellos. Se encuentran en la noche, en las comidas, en algunas excursiones, pero sólo de manera rutinaria y por cumplir. Foster Wallace los detesta, es incapaz de identificarse con ellos al sentirse completamente alienado de la experiencia de consumo y simulacro que el crucero les ofrece y a la que la gente se entrega tan gustosamente. Así, a lo largo de las páginas de Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer, se evidencia la soledad y la angustia que le genera la experiencia del Nadir al autor y la incapacidad de éste para generar espacios de comunidad, volcándose netamente al consumo. El crucero, según Foster Wallace, es un espacio donde no falta la comida, el alcohol, las tiendas y las entretenciones. Donde la mayor preocupación del pasajero es la hora en la que almorzará o la bebida con la que acompañará su comida, y a quien la tripulación se inmolará por servir y ayudar. No obstante, el relato del autor estadounidense evidencia la inevitable paradoja del consumo: el turista, a pesar de tenerlo todo, nunca llegará a satisfacer completamente su deseo. Así, a pesar de las comodidades en las que se ve envuelto el autor, no puede evitar establecer comparaciones cuando su barco atraca junto a otro en las costas caribeñas: ‘Ése crucero tiene más piscinas y es más grande’, ‘Probablemente la comida es más rica ahí’, ‘Seguramente los espectáculos son más interesantes’, etc. Por lo tanto, a pesar de estar envuelto en una experiencia que ‘lo entrega todo’, evidencia la constante insatisfacción del deseo y de esa sociedad contemporánea insaciable que siempre quiere más y más.
Por otro lado, Foster Wallace también nos vuelve testigos de la experiencia de simulacro y de parálisis del tiempo que se vive a bordo del barco, reflejando la idea de un viaje en el que el tiempo no transcurre y está atrapado en un eterno presente o una adolescencia perpetua. Así, el autor se vale de la ironía para expresar que el Nadir logra vencer a la muerte y la putrefacción, ya que por más que intenta buscar pistas de su decadencia (manchas, suciedad, óxido), no las encuentra. “El Nadir” – nos cuenta- “parecía tener un batallón entero de tipos diminutos y nervudos del Tercer Mundo que iban de un lado a otro del barco en monos azul marino buscando deterioros que solventar” (Foster Wallace 18). Incluso, en ocasiones, el texto linda en lo paranoico cuando el autor narra los episodios en que trata de descubrir a Petra, la mujer encargada de la limpieza de su camarote, en el preciso momento de su ejecución. El relato se tiñe de humor al acompañar a Foster Wallace en sus intententos de espiar a la mujer, buscar cámaras en su habitación para explicar la manera en que ella sabe que no está ahí y poder limpiar, cambiar de trayectos e itinerarios para sorprenderla en el acto. No obstante, pese a todos sus esfuerzos y como por arte de magia, cada vez que regresa se encuentra con todo en orden. De esta manera, el crucero que Foster Wallace describe se parece a la figura del centro comercial que Beatriz Sarlo retrata en su libro La ciudad vista. Un espacio seguro, ordenado, y limpio. Tanto así que el autor lo describe como si lo “hubiesen hervido” (Foster Wallace 13).
De esta manera, Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer, se configura como una crítica y una sátira del turismo y de la sociedad contemporánea que definitivamente merece ser examinada. Los sentimientos de alienación y soledad que David Foster Wallace retrata a partir de su experiencia a bordo del Nadir, no hacen más que reflejar la experiencia cotidiana de la sobremodernidad.
Referencias Bibliográficas
Augé, Marc. Los no lugares. Espacios del anonimato.Barcelona: Editorial Gedisa, 2008.
Foster Wallace, David. Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer. Barcelona: Penguin Random House Grupo Editorial, 2016.
Sarlo, Beatriz. La ciudad vista. Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores, 2009.